En cierta oportunidad una mujer, quien
luego de algunos minutos de vuelo al percatarse de su compañero de viaje le
pregunta acerca de su oficio, a lo cual este hombre le contesta “ Bueno soy un
esposo, un padre y si me queda tiempo predico la palabra de Dios” esta
respuesta que encierra una gran verdad, se encuentra sepultada debajo de una
montaña de conceptos materialistas y exitológicos, de tal forma que la mayoría
de las personas considerando dar su mayor esfuerzo con miras a ofrecer a sus
familias lo mejor, terminan perdiendo lo que al principio era el motor de sus
vidas.
Solemos hablar de la importancia que tiene
la familia y la incidencia que tiene en el desarrollo de nuestra sociedad,
asentimos con la cabeza cuando escuchamos algún sermón, conferencia o enseñanza
que habla de cómo día a día el valor de la familia está en decadencia, pero
vale la pena preguntarnos si realmente comprendemos el valor que tiene esta tiene
para Dios, para respondernos solo basta remitirnos a las estadísticas, en Estados
Unidos el 53% de los matrimonios terminan en divorcio, en América Latina las
cifras son muy inferiores pero estas van en aumento cada año.
La familia no es el producto de la
evolución social humana, Dios creó al hombre para vivir y desarrollarse en el
contexto de familia, constituida sobre la base del matrimonio Génesis 2:24.
Pero a su vez ella misma es el modelo Bíblico dado por Dios para perpetuar el
conocimiento de su persona y su voluntad
a través de las generaciones. En Deuteronomio 6:4-9 Dios da una orden
perentoria a su pueblo: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y
amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus
fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las
repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el
camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu
mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes
de tu casa, y en tus puertas.”
Dios estableció un modelo bíblico de familia
para levantar hombres y mujeres con corazones sanos, que entiendan cual es su
fin principal, pero este propósito es
desvirtuado a causa de la muerte espiritual de los no creyentes, y por el
desconocimiento de su palabra y la negligencia del pueblo de Dios. Los conflictos humanos son el producto del
desarrollo de familias no bíblicas que producen hijos infelices, sin disciplina
ni amonestación del señor, mujeres que desconocen el verdadero amor ya que no lo
vieron de su padre para su madre, varones que no saben dar trato a sus esposas,
pendulando entre el despotismos y la permisividad, ¿cual es entonces la forma
adecuada de amor y el ejercicio del rol de esposo? Miremos que dice las
escrituras:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y
se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el
lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que
fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como
a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como
también Cristo a la iglesia,” (Efe 5:25-29)
El modelo bíblico habla del amor del varón para con su esposa del mismo
tipo que Cristo dio por la iglesia, al
punto que se dio por ella, lo cual significa que el varón no solo debe estar
dispuesto a dar su vida por su mujer, sino que su principal trabajo es
santificarla con la enseñanza de la palabra de Dios. A su vez cuando lo hijos que
son formados dentro de una familia bíblica crecen seguros del amor de sus
padres y por supuesto del amor de Dios. A menos que esto sea así seguiremos
produciendo hijos rechazados, buscando de un lado para otro, el afecto y la
aceptación que nunca el mundo les podrá brindar.
Es hora de dejar de quejarnos de la influencia negativa que ejerce el
mundo en nuestras familias, es mucho mejor asumir el compromiso de impactar con
la instrucción y la enseñanza de los principios de Dios a través del estudio
expositivo de las escrituras y con la vivencia diaria de la misma.