Hay evidencias antropológicas que
muestran que en la antiquísima cultura sumeria ya existía primitivas formas de
religión y creencias politeístas, inspiradas en gran parte por la mitología, la
magia y la astrología, las cuales podían variar de una ciudad a otra; los
sumerios creían que sus dioses no solo
controlaban todo a su alrededor, su pasado y futuro sino que además los dotaba
de habilidades para realizar actividades cotidianas y de poderes o dones
especiales para tareas especificas. Los griegos además de adorar a los dioses que
habitaban el monte del Olimpo (de los cuales Zeus era el padre y gobernante
supremo) rendía culto a un amplio menú de divinidades, ninfas, titanes, a
dioses familiares y personales (los cuales creían proporcionaban beneficios y
protección) y por si fuera poco Atenas poseía un altar dedicado al “DIOS
DESCONOCIDO” (Hechos 17:22) muy seguramente para evitar la ira y castigo de
aquel dios no tenido en cuenta.
El pueblo el Israel no se escapó
de la tentación de crear sus propias deidades, en el desierto mientras Moisés
recibía las tablas de la ley en el monte Sinaí, el pueblo impaciente demandó al sacerdote Aarón un becerro para convertirlo
en el objeto de su adoración; cuando entraron a la tierra prometida aprendieron
de las naciones cananeas practicas abominables, adorando y rindiendo culto a sus
dioses paganos: a Baal cuyo templo edificó el rey Acab en samaria, Asera o
Astoret diosa de los sidonios, Dagón
divinidad filistea, Quemos original de Moab, Moloc dios del fuego purificador
de los fenicios cuya práctica de adoración incluía el sacrificio de bebés. (Jueces 10:6)
A través de la los registros
históricos y en la Biblia misma podemos ver la tremenda capacidad que tienen
los hombres para crear sus propios dioses, pero ¿Dónde nace esta inclinación
cuando la misma naturaleza testifica de un Dios soberano y poderoso? La respuesta nos la da la misma palabra de
Dios “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios,…
Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles.” (Rom 1:21-23), cada sistema religioso en el mundo
nace del corazón del hombre pecador, que a su vez es enemigo del Dios de la
Biblia, por lo tanto requiere diseñar un dios conforme a su estado de muerte
espiritual, que se ajuste a sus necesidades concupiscentes, esto explica porque
todos aquellas formas idolátricas siempre están asociadas con la inmoralidad
sexual y la violencia.
Hoy muchos siguen al dios de sus
mentes, a un dios que se somete a la voluntad de las criaturas, que se parece
más a Papa Noel que al Dios que gobierna sobre su creación (Salmo 96:10), a este
dios imaginario se le tiene pedir con lujo de detalles para que responda las
oraciones, no es el Dios que todo lo sabe (Sal. 139:4), a este dios le importa
más que pactes y siembres para hacerte rico, que tengas experiencias místicas,
nuevas revelaciones y enseñanzas traídas de los cabellos a que seas moldeado al
carácter de Cristo.
Querido lector este no es el Dios
de la Biblia, no tiene nada que ver con el todopoderoso, rey soberano, lleno de
gracia y de amor, pero que además es santo (Salmo 99:5), el alto y sublime (Isaías
57:15), quien no tolera la maldad ni al que hace iniquidad (salmo 5:5), un Dios
que salva pero que también Juzga (1 Sam. 2:10), un Dios que da vida y que también
mata (Gen38:4; 1 Sam. 2:6), que es clemente y misericordioso pero además es
Dios vengador (Nah. 1:2; 1 Tim. 4:6); por tanto si este no es el Dios de tu
vida, es probable que sin saberlo estés cometiendo el mayor acto de idolatría al
adorar a un dios ajeno.
Dios es uno solo, Él es inmutable,
por lo cual quienes pregonan tener nuevas revelaciones son solo conciencias
arrastradas por el error, profetas que se han lanzado por lucro en el error de
Balaam (Jud. 1:11), nuestra única fuente
fidedigna y segura para conocerle es su propia Palabra (2 Ped. 1:19-21), ella
nos habla acerca de su naturaleza y de su voluntad, y nos da la certeza de
caminar con el único y verdadero Dios. (Deu. 6:4)
El que tiene oídos para oír,
oiga.
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