Es
probable que nunca hallas imaginado cruzar una calle plagada de toros de lidia que
cornean a su paso todo lo que se atreve cruzarse en su camino y mucho menos ver
una muchedumbre confusa corriendo frenéticamente con un aparente sonrisa dibujada
en sus labios a pesar del evidente peligro a la que se exponen de forma
voluntaria, pero aun cuando todo esto parezca increíble, es lo que exactamente
ocurren dentro de las festividades de San Fermín en la ciudad española de
Pamplona, dejando al cierre de las mismas un alto número de accidentes graves y
una cantidad menor de muertos.
Cada
individuo guarda un maravilloso tesoro en su mente, pensamientos que evocan
sucesos pasados, hechos que componen un verdadero cumulo de experiencias que
definen lo que pensamos, lo que comemos y lo que somos, a esto se les llama
recuerdos y cuando los mismos se hacen
colectivos toman el nombre de tradición, llevándonos a disfrutar de una
identidad comunal que nos identifica y nos lleva a actuar de una manera
particular e incomprensible para otros grupos sociales, esto es precisamente lo
que pasa en dicha fiesta cuya fama ya traspasa las fronteras de esa pequeña
localidad. Todos tenemos un acervo cultural y aun cuando pretendamos no ser
influidos por esta conciencia social hace parte de nuestra realidad diaria. Hay
tradiciones milenarias como las chinas, otras más recientes que evocan las
historia pre colonialista en Latinoamérica, también hay tradiciones familiares que involucran la
preparación de exquisitas viandas propias de una fecha en especial, siin
embargo hay tradiciones que nos llevan a desdibujar nuestra realidad delante de
Dios, impidiéndonos conocer cuál es su perfecta voluntad.
En
cierta oportunidad se acercaron al señor Jesucristo unos escribas y fariseos de
Jerusalén preguntándole, ¿Por qué tus
discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las
manos cuando comen pan. Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros
quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? (Mat 15:2-3), la
amonestación del señor en principio pareciera sobredimensionada, pero la raíz
del asunto es que estos llamados maestros, habían reemplazado la enseñanza pura
de la palabra de Dios por un intricado sistema de conceptos humanos, dándole
mayor importancia a prácticas que probablemente tenían alguna apariencia de
piedad y sabiduría, pero sin ningún valor respecto del conocer y hacer la
voluntad de Dios.
Sin lugar a dudas enfrentamos hoy una cultura
cristiana fuertemente influenciada por pensamientos de hombres que tienen un
estándar de credibilidad por encima de las escrituras, a corrientes filosóficas
entretejidas dentro de la doctrina que gozan de gran aceptación sin haber sido
evaluadas a la luz de la palabra de Dios, cuya verdadera razón de ser está
asociada a la ignorancia bíblica de un pueblo que dice seguir a Dios, a un
señor que no conocen ni entienden, desconocimiento que les lleva a tratar
definir el concepto de cristianismo desde la perspectiva de la tradición y no
según Cristo.
¿Alguien puede sustentar bíblicamente prácticas tan
cotidianas como la de anular, renunciar, cancelar, la confesión positiva o la visualización
por fe?, ¿puede explicarse desde las escrituras la risa santa o el pactar para
prosperidad? Esto y mil cosas más que hoy en la iglesia se enseñan y se hacen
no corresponde a la sana doctrina, es el resultado de nuevas tradiciones que falsos
maestros han introducido encubiertamente, herejías destructoras que niegan al
Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.
Debemos darnos
cuenta que el evangelicalismo actual a perdido la esencia original, ”
Porque
dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para
sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua. (Jer 2:13) y por lo tanto volver a la única fuente
autorizada por el creador para entenderle y conocerle, su Palabra. “Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres
por los profetas, en
estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de
todo, y por quien asimismo hizo el universo;” (Hebreos 1:1-2)
El que
tiene oídos para oír, oiga.
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